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jueves, 12 de enero de 2017

FRANCISCO DE QUEVEDO Y EL DECLIVE DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA.


El personaje del mes. Francisco de Quevedo.

Javier Martínez-Pinna & Diego Peña.

En estos arduos tiempos en los que dudamos de nosotros mismos, de nuestros valores y de nuestros políticos, no está demás revisar al que podemos calificar como el más popular de entre todos los autores de nuestro Siglo de Oro, en parte porque su poesía expresó unas preocupaciones y unas vivencias que con el paso del tiempo se demostraron universales. Aun así, y a pesar de la excelente calidad de su obra poética, su figura en el imaginario colectivo es la de un consumado espadachín, hábil en el uso de la pluma y el acero, un hombre comprometido con los problemas sociales de la época en la que le tocó vivir, marcada por la galopante crisis política que sirvió de prólogo a un nuevo capítulo de nuestra historia, el inevitable declive de España que hizo precipitar todas nuestras contradicciones, aún hoy no superadas. 

Francisco de Quevedo y Villegas nació en Madrid en septiembre de 1580 durante el reinado de Felipe II, en el momento de máximo esplendor de la monarquía hispánica, cuyos ejércitos se paseaban invencibles por los campos de batalla de media Europa. Fue el tercero de los hijos de una familia hidalga montañesa, formada por Pedro Gómez de Quevedo y su esposa Ana de Santibáñez, que había tenido la fortuna de ingresar en el alto funcionariado ocupando puestos de responsabilidad en la corte de Felipe II. La naturaleza, siempre caprichosa, decidió no ser demasiado generosa con el pequeño Francisco, ya que, tuvo la mala suerte de nacer cojo, con los pies deformes y con una severa miopía, convirtiéndose en la víctima propiciatoria de los otros niños de la corte, los cuales le hicieron la vida imposible, por lo que decidió entregarse a la lectura y así alejarse de la perniciosa influencia de sus malintencionados y pazguatos compañeros de juegos. Pero esta no fue la única desgracia que tuvo que superar en sus años de niñez, porque cuando sólo contaba con seis años de edad tuvo que afrontar la terrible pérdida de su padre lo que, sin lugar a dudas, terminó agriándole el carácter, como si el destino hubiera querido adelantar una especie de Cyrano español, real e inteligente, en tiempos controvertidos y difíciles...

...En sus escritos siempre manifestó una obsesión por la defensa de la patria, al mostrarse convencido de la necesidad e inevitabilidad de la hegemonía de España en el mundo, algo que en pleno declive español tuvo que hacerle mucho daño. También se integró en la tradición del laus Hispaniae, instaurada por San Isidoro y utilizada por el propio Quevedo para tratar de recuperar los valores que él pensaba, hicieron poderosa a la nación. En una serie de obras como su España defendida, alabó la grandeza de sus más prestigiosos compatriotas, destacando la superioridad española en el campo de las letras, visible en autores como fray Luís de León, Jorge Manrique o Garcilaso de la Vega, pero también en el arte de la guerra, haciendo posible la victoria de las armas castellanas en sus enfrentamientos contra los árabes y el resto de potencias europeas durante el siglo XVI. Nostalgia, amargura, controversia, insatisfacción, malas cartas y supervivencia en una España muy difícil (¿cuándo no ha sido así?) para la gente de letras es lo que hizo de un buen poeta y un buen escritor al hombre llamado Quevedo que todos decimos conocer.