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lunes, 28 de noviembre de 2016

JORGE JUAN. UN PATRIOTA AL SERVICIO DE LA NACIÓN





Javier Martínez Pinna y Diego Peña.

En marzo de 1766 el pueblo de Madrid asaltaba las calles de la capital, levantando un grito de protesta contra el que en aquel momento era el principal ministro del rey, el marqués de Esquilache. El exorbitado aumento de precios de los productos de primera necesidad, entre ellos el pan, unido a la enorme impopularidad del político italiano por la reciente prohibición del uso de la vestimenta tradicional, incitaron el ánimo de unos madrileños convenientemente manipulados por los sectores más reaccionarios de la corte, cuyo único interés era terminar con la política reformista impulsada por los ministros de Carlos III.

Durante este siglo XVIII, la Ilustración española había sido considerada algo así como una especie de afrenta a los valores tradicionales patrios, e incluso como una desviación del característico modo de ser de un país que había pasado de puntillas por el Renacimiento, que no había conocido la revolución científica y cuya burguesía emprendedora brillaba por su ausencia. A pesar de todo, la nueva realidad surgida en la política internacional después de la Guerra de Sucesión y la muy posterior firma del primer pacto de familia entre España y Francia, hizo casi inevitable la apertura del país hacia las novedosas tendencias culturales e ideológicas procedentes de Europa, favoreciendo la aparición de un grupo de españoles preocupados por los males que aquejaban al país, y que estaban dispuestos a colaborar con una serie de reformas tendentes a superar la decadencia en la que se encontraba España desde tiempos ya demasiado lejanos.

Los problemas que tuvieron que superar estos primeros ilustrados, fueron tan extraordinarios que no encontraron otro remedio más que salir de España para formarse en las más prestigiosas escuelas del viejo continente. Precisamente, la necesidad de abandonar el país se terminó convirtiendo en una de las características fundamentales de nuestra Ilustración, cuyo nacimiento se forjó viajando por los interminables caminos de una Europa cada vez más alejada de la superstición, pero también por la influencia de unos libros que poco a poco empezaron a llenar las bibliotecas de estos intelectuales al servicio de la nación.

Uno de ellos fue Jorge Juan, nacido en la pequeña localidad alicantina de Novelda para terminar convirtiéndose en una de las mentes más preclaras del panorama intelectual español en el siglo XVIII. Aunque por encima de todo destacó por su faceta científica, como un gran ingeniero naval y matemático, Jorge Juan fue también reconocido como lo que realmente fue, un auténtico humanista empeñado en denunciar los males que aquejaban a la sociedad española de la época, pero siempre desde su sentido ilustrado y desde la más estricta tolerancia que su contexto histórico, social y económico le permitía.

El navegante alicantino vino al mundo el día 5 de enero de 1713 en la hacienda de El Fondonet, que los Juan tenían en el término actual de Novelda. A pesar de que los biógrafos albergan pocas dudas sobre este episodio, el estudio de su partida de bautismo nos sumerge en la duda ya que el sacerdote que lo bautizó, mosén Ginés Pujalte, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves en Monforte del Cid, cometió el imperdonable error de no consignar el lugar exacto en donde nació, provocando una secular disputa entre las dos localidades levantinas.

Jorge Juan fue el mayor de los tres hijos que tuvieron Bernardo Juan Canicia, miembro destacado de la nobleza alicantina, y la ilicitana Violeta Santacilia Soler, ambos casados en segundas nupcias en el año 1711. Con tan solo tres años de edad, el pequeño Jorge tuvo que afrontar la primera de las pruebas que el destino, siempre caprichoso, se empeñó en ponerle en su camino, cuando de forma repentina murió su padre, lo que le obligó a abandonar su casa situada en la Plaza del Mar de Alicante, para desplazarse a Elche, en donde permaneció hasta los seis años, en los que abandonó la compañía materna para volver a su hogar e iniciar sus estudios en el colegio de la Compañía de Jesús de la capital alicantina. Una vez allí, Jorge Juan dio muestras de las sobradas actitudes que más tarde le llevarían a convertirse en uno de los científicos más prestigiosos de nuestra historia, y por eso, unos años más tarde se terminó trasladando hasta Zaragoza para continuar su formación, junto a su tío paterno, Cipriano Juan, bailío de Caspe y caballero de la Orden de Malta.

La progresión de Jorge Juan se intuía imparable, pero hemos de suponer que su gran vocación fue el mar, porque con tan sólo doce años fue enviado a Malta como paje del Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, ingresando en la prestigiosa Escuela Naval, para adquirir unos sólidos conocimientos naúticos, matemáticos y cartográficos, fundamentales para protagonizar la gran expedición por la que siempre fue recordado.

En 1730 ingresó en la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, reforzando su fama de alumno aventajado y destacando en el estudio de las asignaturas técnicas como la geometría, las observaciones astronómicas, cálculo, navegación o hidrografía, pero también en las de corte humanístico, razón por la que se ganó el sobrenombre de Euclides. Jorge Juan tampoco fue ajeno a la propagación de las ideas ilustradas en una ciudad como Cádiz, cuyo puerto comercial se terminó convirtiendo en una especie de puerta de entrada de las corrientes enciclopedistas procedentes de Europa. La influencia de estas nuevas ideas fue aún mayor en el joven marino alicantino ya que hasta el año 1734, en el que finalizó con éxito sus estudios de Guardia Marina, tuvo ocasión de navegar por todo el Mediterráneo en unos navíos comandados entre otros por el célebre Blas de Lezo o por el Marqués de la Victoria.

Pero antes de adentrarnos en las aportaciones de Jorge Juan a la ciencia hemos de hacer una parada para contextualizar el hecho de la ilustración en España y el porqué de su desarrollo desde nuestra armada. Para ello hemos de entender el sesgo comedido de las ideas ilustradas o la escasa penetración de la ciencia en nuestras instituciones. En España no se llegó a fundar una Real Academia de las Ciencias como sí se hizo en Londres, París, Berlín o San Petersburgo. En nuestro país se ha de hablar de focos ilustrados más que de una etapa ilustrada propiamente dicha. Uno de estos focos fue la armada española, donde una élite cultural servirá de sutil transmisor de ideas al resto de la sociedad civil a mediados del s. XVIII, siempre bajo la tutela y permiso del monarca y la implacable vigilancia de la iglesia católica.

La guerra de sucesión al trono (1701 – 1713) dejó en entredicho las otrora gloriosas estructuras militares de un Imperio que se desmoronaba a pasos de gigante. Al acceder al trono, Felipe V trajo consigo el absolutismo ilustrado que iniciara su abuelo Luis XIV, el rey Sol, un movimiento que irónicamente puso las bases a la futura revolución francesa. Ante esta situación Felipe V encargó a su ministro José Patiño, la Intendencia General de Marina, la Superintendencia del Reino de Sevilla y la presidencia del Tribunal de la Contratación de Indias. Todo ello con la intención de recuperar y desarrollar la marina española y el comercio con las Indias, pero también la defensa de las costas atlánticas, mediterráneas y americanas.

Para ello se instaló en Cádiz el centro naval de mayor importancia de España, impregnando desde el minuto cero a la armada española de un fuerte sesgo ilustrado, heredado de la marina francesa. Inmediatamente se puso de relieve otra gran carencia de la oficialidad Española, esto es, la escasa formación de nuestros mandos, en parte porque en ocasiones los puestos de mayor relevancia recayeron entre los miembros de una nobleza acomodada y guerrera, que no tenía necesidad de demostrar una valía más allá de la de origen divino por virtud de su cuna. La apuesta de Patiño estuvo en formar oficiales tanto para la guerra como para la ciencia, sobre todo en el mar. Éste es el origen de la creación de la Real Compañía de Guardias Marinas en 1717, primera Escuela Académica Naval de España en donde, como ya sabemos, se formó el propio Jorge Juan.

En este contexto académicos franceses mostraron su interés en el año 1734 de medir en Quito un arco de Meridiano bajo el Ecuador, hecho que permitiría una mayor precisión científica en el desarrollo de la cartografía. Luis XV de Francia pidió a Felipe V que dichos académicos viajasen con la armada española a América para llevar a cabo su importante investigación. Al menos en esta ocasión, el rey español supo estar a la altura porque exigió que en dicha misión embarcasen los jóvenes oficiales Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en un viaje que al final les marcaría para el resto de sus vidas.

Carta Geográfica de la Costa Occidental en la Audiencia del Quito (1751), por Jorge Juan y Antonio de Ulloa

Para ello se les ascendió a tenientes de navío, Jorge Juan se encargaría de la astronomía y la matemática, y Ulloa sería el naturalista. Además se les ordenaron trabajos de corte histórico, descriptivo, cartográfico, botánico y mineralógico. Y también tareas de información sobre la situación social y política de las posesiones del monarca en ultramar, amén de la vigilancia de los académicos franceses. Partieron de Cádiz en 1735, y en el horizonte les esperaban nueve años de durísimos trabajos, durante los cuales estos caballeros del punto fijo, recorrieron zonas de costa y de montaña con altitudes próximas a los 5.000 metros, y, en muchas ocasiones, tuvieron que atender tareas defensivas en plazas del Perú contra el almirante inglés Anson (¿cómo no?)

Fruto de este viaje se llegó a conclusiones tan importantes como que la Tierra está achatada por los polos. La resolución de este problema zanjaba una controversia que se remontaba a los filósofos griegos, siendo el último siglo el más dinámico con un airado debate entre dos escuelas enfrentadas, la que defendía la forma elongada de los polos, del académico Cassini, o la de los que pensaban que estaba achatada, defendida entre otros por Maupertius o Newton. La expedición zanjaría el asunto con la demostración de que estos últimos tenían la razón.

Tras el viaje, Felipe V encargó a Jorge Juan que permaneciera en América documentando la organización territorial, siendo ascendido a su regreso a capitán de navío. Jorge Juan pasó en total diecinueve años en las Indias. A su regreso el marqués de la Ensenada decidió que era el hombre indicado para encargarse de la total modernización de la armada española. Para ello se le encargaría espiar en Londres los astilleros del Támesis. Llegó, con su falsa identidad, Mr. Josues, a codearse con el primer ministro John Russell, que ordenaría poco después darle caza por espía. Acertadamente Jorge Juan intuyó una más que inevitable guerra marítima con Inglaterra por la supremacía en América. Las colonias estarían en peligro si no se modernizaban nuestros barcos. Llegó a documentar los usos preindustriales como el barco de vapor así como puntuales planes de ataques ingleses a colonias americanas de España...


El 2 de mayo de 1860 sus restos mortales fueron depositados en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz).

EL HORROR DE UN DICTADOR GENOCIDA. POL POT.


Las dictaduras no suelen sobrevenir por generación espontánea, no suceden un buen día en el que alegres ciudadanos libres de repente se ven inmersos en el horror de la privación de libertades y derechos, cuando no de la propia vida. Es el caso de Camboya, de los jemeres rojos, y del dictador Pol Pot.

En 1973 la administración estadounidense del presidente Nixon hizo caer sobre Camboya un 50% más de toneladas de bombas que las que habían utilizado sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial. Cientos de miles de personas perecieron para que Estados Unidos pudiera decir al mundo que estaba parando el avance comunista. No sólo pararon, de momento a los comunistas, también destruyeron la economía, el tejido social y, peor aún, la salud mental de los camboyanos. Y efectivamente, ante tal demostración de la capacidad para destrozar seres humanos desde el aire, sin distinguir entre civiles y militares, entre hombres, mujeres o niños, el Jmer Rojo (comunistas camboyanos) pararon su avance. Lo que no paró, en el alma de los humildes campesinos camboyanos fue el odio extremo hacia los americanos y sobre todo hacia su propio pueblo, aquel que había colaborado con los occidentales en aquella matanza descomunal. Cuando la guerra de Vietnam tocó a su final en el año 1975, un ejército campesino, en el que no existía prácticamente ningún hombre o mujer que no hubiera sufrido la barbarie de la contienda en su familia forjaron un nuevo y renovado contingente comunista a las órdenes de generales de corte estalinista, y que llevaron a cabo uno de los mayores y más horrorosos genocidios de la historia de la humanidad.

Los conocidos como “campos de la muerte” de Pol Pot fueron la correa de transmisión de todo ese odio contenido. Para el año 1978 la población de Camboya se había visto reducida en casi dos millones de personas. Autores como K.D. Chandler señalan que muchas de ellas perecieron a causa de la malnutrición y los trabajos esclavos en el medio rural, y que más de 200.000 fueron directamente asesinadas, contando niños, ancianos y mujeres. La oposición que el régimen de Pol Pot hizo a su vecino Vietnam provocó la invasión y la caída del dictador en el año 1979, aunque continuaron como movimiento armado en la frontera de Tailandia, siendo considerados enemigos de los soviéticos consiguieron, pese a todo, el apoyo de Estados Unidos, China y Tailandia.
Pol Pot
La documentación que se ha podido salvar de aquella terrible dictadura nos habla de torturas sistemáticas, ejecuciones extra-judiciales, genocidio programado, trabajo esclavo, además de hambre y epidemias extendidas por todo el país. Pese a todo el horror desencadenado, el dictador Pol Pot, murió a la edad de 72 años en 1998, en medio de las selvas camboyanas, oficialmente prisionero de los Jemeres Rojos, aunque en realidad protegido por estos.

A día de hoy Camboya es el primer país del mundo con más fosas comunes y desaparecidos del mundo.

domingo, 27 de noviembre de 2016

BATALLA DE ZAMA. FICCIÓN.



Tu nombre es Servio Furio, segundo hijo de Tito Furio y de Julia Asinia. Tu hermano mayor, Tito Furio, murió en la trampa mortal del lago Trasimeno a la edad de veinte años, cuando tú sólo contabas cinco. Tu padre cayó heroicamente en el campo de batalla de Cannas al año siguiente. El infame Aníbal ultrajó a tu familia y destruyó vuestra humilde granja y cultivos, sucumbiendo tu madre y tú a la más terrible de las pobrezas. Salve a Fabio Máximo Cunctator que os compró la propiedad y os dejó vivir allí a cambio de parte de vuestro trabajo. Eres un soldado de la República de Roma porque te alistaste voluntariamente en el ejército del joven Escipión, Marte lo proteja e impida su derrota siempre, para buscar fortuna y gloria, y derrotar al monstruo que asoló vuestras tierras. Tu juventud unida a tu falta de recursos te obliga a encuadrarte en los velites del ejército proconsular de Publio Cornelio Escipión, formado en este mismo instante en la llanura de Zama. Frente a ti tienes una línea de 80 gigantes grises que jamás en tu vida habías visto y que, pese a lo que te habían contado los veteranos de Trebia, Trasimeno y Cannas, junto a los que compartes fortuna, nunca pensaste que existieran de verdad. Tras los paquidermos, el ejército cartaginés, tres filas heterogéneas de malditos mercenarios, aguerridos combatientes cuyo único objetivo es matarte. El procónsul os ha levantado muy temprano, os habéis hidratado bien y desayunado mejor, aun así te encuentras en una extraña tensión, tus ojos miran al horizonte intentando abarcar la totalidad de la formación de las huestes enemigas, pero no puedes, es como si vieras una imagen al final de un túnel, la imaginación te hace creer que has distinguido al temible Aníbal, subido a un elefante, detrás de sus hombres, uno de sus ojos es una concavidad yerma tapada con un parche, el general parece mirarte cual Polifemo amenazante, y su cuerpo es un curtido cuero oscuro cruzado por mil cicatrices. Está rodeado de sus veteranos de la invasión de Italia, a los que no necesita darles órdenes, sólo mirarlos. A tu alrededor tus compañeros alivian su estrés, algunos sollozando o rezando, otros se orinan o defecan encima y los más dispuestos se envalentonan dando ánimos al resto. Tus ojos son dos platos que ni siquiera la luz de la mañana consigue entrecerrarlos, tu cuerpo está a la vez rígido y tembloroso, es una palpitante masa muscular entrenada duramente por tu general para este momento, sudas y tienes frío al mismo tiempo, la mano que aprieta tu jabalina está roja por la presión ejercida. Te echas a un lado y vomitas sin poder evitarlo. Golpes secos, rítmicos y en composición acelerada martillean tus oídos, pero no sabes distinguir si son los latidos de tu corazón o los tambores de guerra del enemigo. Crees haber soñado hace unos minutos que el sol se ponía durante un espacio de tiempo indeterminado y luego volvía a lucir, como una broma o una bendición, no sabrías decir, de los dioses. De repente una nube de polvo se levanta en el horizonte y los bramidos de los elefantes se confunden con las trompetas del hades. Empieza a relajarse algo tu cuerpo y a dilatarse tus pupilas, en tu mente y en tus oídos resuena una palabra que es un coro a tu espalda y a tus costados, toda Roma está en esta batalla gritando, a la vez que sus espadas impactan contra sus escudos: ¡VENGANZA… VENGANZA… VENGANZA!

Recreación novelada del libro Breve historia de las Guerras Púnicas. Editorial Nowtilus.

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martes, 22 de noviembre de 2016

LA RATONERA DEL LAGO TRASIMENO. SEGUNDA GUERRA PÚNICA.


Joseph-Noël Sylvestre: El galo Ducar decapita al general romano Flaminio.

El 21 de junio de 217 a.C. Aníbal invadía la península itálica, tras la victoria sobre los romanos en la batalla del Trebia, esperaba al ejército consular de Cayo Flaminio escondido en las laderas que rodeaban el paso estrecho del lago Trasimeno. Aníbal interpretó a la perfección las intenciones del general romano, para hacer caer en la ratonera del desfiladero a las legiones, tenía que hacerle creer que el ejército africano transitaría por la entrada estrecha hacia el valle de salida, en la otra parte del lago. La encerrona la organizó montando su campamento, con sus hispanos y africanos a la salida del paso y colocando a la entrada del mismo, y convenientemente oculta, a su caballería. El resto del ejército, infantería ligera, los distribuyó en los cerros paralelamente al paso que recorrería el ejército romano en su trayecto creyendo perseguir a los cartagineses acampados ya fuera del estrechamiento.

Para que la trampa fuera más efectiva la mañana del 21 de junio, al amanecer, se levantó una espesa niebla, los dioses estaban con Aníbal, que impedía hacer reconocimientos del terreno más próximo por donde debían transcurrir las legiones. Flaminio, acampado a la entrada del estrecho decidió, en la creencia de que el cartaginés se dirigía con todos sus hombres hacia el valle, pasar sin más contemplaciones. Evidentemente los legionarios tuvieron que ponerse en columna de a dos o de a tres máximo y alargar todo lo posible la formación en su marcha. Una vez estuvieron todos los romanos dentro de la ratonera, quedando la caballería africana oculta a su espalda, Aníbal dio la señal de atacar a un ejército rodeado por el norte por las montañas y las tropas ligeras cartaginesas (honderos baleares y galos), por el oeste por la caballería púnica, por el este por las tropas de élite de Aníbal y por el sur por el lago (quizás la opción menos aterradora). 


A la señal de ataque siguió un ensordecedor grito de guerra de los enemigos urbi et orbe que debió de paralizar a las legiones en un primer momento, unos instantes de caos absoluto acrecentados por la densa niebla de la zona que impedía saber a ciencia cierta por donde organizar la defensa. Pronto todo el ejército se percata de que sólo la lucha más feroz podrá sacarles de allí, por lo que con total desorganización, pese a las órdenes del cónsul, se lucha en pequeños grupos anárquicos, ya no por Roma, sino por la vida misma. Rodeados los legionarios se batieron valientemente hasta la muerte durante más de tres horas, incluido el cónsul Flaminio que murió en el centro de la formación a manos de las hordas galas. En ese momento la lucha se convierte en huida, en sálvese quien pueda, muchos trataron de atravesar a nado el lago, así que una gran cantidad de legionarios murió ahogada o fueron abatidos atascados en el fango. Las cifras de los caídos en la batalla del lago Trasimeno difieren poco de un autor a otro, en resumen podemos afirmar que los muertos estarían entre los 10.000 y los 15.000 soldados mientras los prisioneros también rondarían los 15.000, de estos además formaban parte un curioso grupo que consiguió durante la batalla abrirse camino por el frente este de la misma y huir, sin embargo el lugarteniente de la caballería de Aníbal, el fiel Maharbal, los persiguió y les dio caza, haciéndolos prisioneros.

fragmento del libro Breve historia de las Guerras Púnicas. Editorial Nowtilus. 

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domingo, 20 de noviembre de 2016

ECNOMO. QUIEN DOMINE EL MAR, GANARÁ ESTA GUERRA.



Cuando estalló la Primera Guerra Púnica resultaba evidente que la flota cartaginesa estaba formada por barcos de mejor calidad, y además tenía unos tripulantes mucho más experimentados, lo que hacía entrever una fácil victoria de los africanos. Para resultar vencedor en este conflicto, cuyas principales operaciones militares se desarrollaron en Sicilia y en África, era necesario conseguir el dominio en el mar y así abastecer a los gigantescos ejércitos que ambos contendientes desplegaron para doblegar a su enemigo. Lo realmente curioso es que los romanos lograron equilibrar la balanza, gracias a la aplicación de un ingenio, el corvus, que permitió a los barcos romanos atrapar a los púnicos y así forzarles a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, convirtiendo los enfrentamientos navales en unas auténticas batallas protagonizadas por la infantería. 




... de esta forma se llegó al año 256 momento elegido por los cónsules L. Manlio Vulso y M. Atilio Régulo para hacerse a la mar. Durante varias jornadas de navegación tranquila, los romanos no se cruzaron con ningún barco cartaginés que retrase su decidida marcha en busca de su oportunidad de terminar, de una vez por todas, con esta interminable guerra. Todo estaba yendo mejor de lo que habían imaginado desde un principio, e incluso el buen tiempo se empeñaba en hacer del trayecto una marcha apacible, pero esas esperanzas de una victoria fácil se esfumaron de golpe cuando, de improviso, vieron a la flota cartaginesa situada frente al cabo Ecnomo. El aspecto que mostraba la armada púnica era sobrecogedor, con unos 250 barcos desplegados en una interminable línea en cuyo centro destacaba el buque insignia comandado por Amílcar. A sus lados se situaban los flancos ligeramente adelantados, amenazando con iniciar un movimiento de ataque para rodear a los barcos enemigos.

Frente a ellos, los romanos formaban con sus naves de guerra divididas en tres grandes escuadras, estando las dos primeras en vanguardia y en forma de cuña, comandadas por ambos cónsules, mientras que detrás de ellos estaban los barcos de transporte cuya seguridad era primordial porque en ellos se apelotonaban la mayor parte de los cien mil soldados de infantería que deberían de conquistar África. Por este motivo, la tercera escuadra romana cubría la retaguardia para evitar que ningún barco cartaginés cayese sobre unos buques grandes, pesados y sin ningún tipo de protección.

Inmediatamente los cónsules ordenaron a sus barcos cargar directamente sobre el centro de la formación africana, cuya disposición en forma lineal se mostraba débil frente a un ataque directo de unos barcos perfectamente agrupados y dispuestos a romper la formación de la armada enemiga. El avance fue rápido, pero incomprensiblemente los buques púnicos no hicieron el menor movimiento que les permitiese a los romanos adivinar las intenciones de Amílcar. Poco después, el almirante inició una rápida retirada de todos los barcos que se situaban en el centro de la formación cartaginesa, animando a los romanos a iniciar una persecución para terminar de golpe con una batalla que se empezaba a poner muy bien para sus propios intereses.




Lenta pero inexorablemente, los barcos romanos fueron picando el anzuelo y cayendo en la trampa que les había preparado Amílcar. Después de varias horas de navegación M. Atilio Régulo y L. Manlio Vulso, decidieron mirar hacia atrás para descubrir que sus barcos de transporte se encontraban situados a una gran distancia de las dos escuadras romanas que seguían empeñadas en buscar una victoria fácil destrozando el centro de formación púnica. Pero eso no era todo, pronto comprendieron que los flancos de sus adversarios no habían retrocedido, sino todo lo contrario y que ahora se encontraban navegando a toda prisa para atacar a los barcos de transporte romanos, lo cual demostraba el auténtico objetivo del plan ideado por Amílcar. Frente a dicha situación, los grandes buques itálicos no tuvieron más remedio que retroceder, poco a poco, hasta las costas de Sicilia intentando por todos los medios no encallar para no sucumbir ante los barcos cartagineses que ya se encontraban casi encima de ellos.

Afortunadamente, la columna dejada en retaguardia por los cónsules llegó en el momento oportuno para interponerse entre los barcos de transporte y las naves comandas por Hannón, las cuales iniciaron un ataque desde los flancos para evitar los devastadores efectos de los corvi romanos. La situación era desesperada; era poco lo que podían resistir frente a unas fuerzas mucho más numerosas y perfectamente alineadas...

fragmento del libro Breve historia de las Guerras Púnicas. Editorial Nowtilus. 







miércoles, 16 de noviembre de 2016

LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL SIGLO XIX.

Barricadas de Viena, 26 y 27 de mayo de 1848. Litografía de Josef Heicke (1848).

LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL SIGLO XIX

El liberalismo político es la ideología o doctrina que dio respaldo intelectual a las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX, constituyendo el núcleo teórico básico de los sistemas políticos establecidos desde entonces en las sociedades occidentales, con la excepción de las experiencias totalitarias. 

Según el historiador inglés R. Palmer, los primeros en utilizar el término liberal fueron los políticos españoles, adversarios a la ocupación napoleónica, que estaban ligados a la obra constituyente de 1812 en Cádiz. Tras la revoluciones de 1830 y 1848 el término liberal se cubrió de prestigio y fue abarcando más espacios políticos, tanto en la derecha conservadora en la izquierda socialdemócrata. 

Si el término liberalismo es reciente, las ideas liberales parecen remontarse a la época de enfrentamientos que dieron lugar a la Gloriosa Revolución, en Inglaterra, en el 1688.

El autor que mejor expresó la ideología liberal fue John Locke, que defendía la libertad y la propiedad como derechos inherentes en los seres humanos, tanto que ningún poder político los podía eliminar. El gobierno debía ser representativo, salvaguardar los derechos individuales y garantizar libertades. Estas ideas fueron recogidas por los filósofos ilustrados franceses y se reflejan en la Declaración de Independencia de los EEUU, en 1776, y en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789.

Durante la Restauración el liberalismo tuvo que afrontar un doble problema: proseguir el combate contra el Antiguo Régimen en las condiciones de falta de libertad y represión policial que caracterizó a este período, y reflexionar sobre las causas del fracaso de la Revolución Francesa, pero también sentar las bases de un sistema estable y eficiente. Los liberales decimonónicos eran por lo general, individuos pertenecientes a las llamadas clases medias, compuestas por empresarios y profesionales, y algún que otro miembro de la aristocracia, siendo el liberalismo la ideología de la burguesía emprendedora durante este periodo.  Los principios políticos más importantes son: 

- El titular del poder es el pueblo, hablamos de soberanía nacional.

- El rey o el gobierno tiene una autoridad limitada mediante una Constitución.

- El poder del estado está dividido en tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.

- La Constitución debe reconocer y el gobierno garantizar los derechos y libertades individuales.

- El derecho de legislar corresponde al parlamento y la acción política se vehiculiza a través de los partidos políticos.

Después de 1848 triunfa el liberalismo, pero su versión más restrictiva. Temerosos de la democracia de las mayorías y dispuestos a no arriesgar su predominio político y social, los burgueses implantan, de acuerdo con los sectores más avanzados de la vieja aristocracia, un modelo político basado en el liberalismo doctrinario y que tiene su reflejo en la monarquía parlamentaria o constitucional. Los rasgos más característicos de este modelo son: grandes prerrogativas para el monarca, institucionalización de un parlamento con un predominio de burgueses y terratenientes, existencia de sufragio censitario y restricción de libertades políticas. La vida política es protagonizada por los partidos políticos.

El nacionalismo es la doctrina y corriente política que considera a la nación como el hecho fundamental y la finalidad suprema de una colectividad humana, a cuyo interés deben de sacrificarse los intereses individuales y colectivos. 

Los orígenes del nacionalismo están relacionados con la idea de soberanía nacional y está claramente unido a la ideología liberal. Posteriormente surge una nueva doctrina nacionalista, que tiene su origen en Alemania, que es contraria al liberalismo. El período napoleónico contribuyó a desarrollar esta tendencia, al provocar en los pueblos sometidos un sentimiento de resistencia y rebelión frente al invasor. La ordenación territorial europea impuesta por el Congreso de Viena provocará la aparición de movimientos de resistencia nacionalistas de diversos pueblos sometidos a los grandes imperios de Rusia, Austria y Turquía. 

El nacionalismo agresivo o de gran potencia triunfa en la segunda mitad del siglo XIX. Las fuerzas más conservadoras apostaron por la nueva ideología que apelaba a los más bajos instintos de las masas, con la finalidad de fomentar las conquistas coloniales y exacerbar las diferencias y disputas entre los grandes países europeos. Todo ello se reflejó en las grandes disputas que darán lugar al período de la Paz Armada y a las Guerras Mundiales.


LAS REVOLUCIONES DE 1820.


Los primeros movimientos revolucionarios se producen en torno a 1820, dominados fácilmente por la reacción absolutista. Se inician en Alemania, con agitaciones en medios universitarios y con la finalidad de conseguir Constituciones en los distintos estados alemanes. Pero la represión dirigida por Metternich ahogó el movimiento.


En España el movimiento revolucionario del general Riego obliga a Fernando VII a restaurar la Constitución de 1812, iniciándose el trienio liberal que acabó con la intervención de las potencias de la Santa Alianza que repusieron como rey absoluto a Fernando VII.

Himno de Riego, denominación que recibe el himno que cantaba la columna volante de Rafael de Riego tras la insurrección de éste contra el rey:


Las revoluciones se extienden por el ámbito mediterráneo. En Nápoles estalla la revolución de los carbonarios mientras que en el Piamonte tenemos un proceso similar que lleva al establecimiento de una Constitución. En ambos casos, la intervención austriaca restablece el orden absolutista.


Rusia es el último país afectado por estas revoluciones. Tras la muerte de Alejandro I, se produce la insurrección decembrista, en 1825, que pretende transformar el régimen autocrático en constitucional, pero que fracasa debido a la acción política del nuevo zar Nicolás I.


Grecia es el único lugar donde triunfa la revolución, después de llevar a cabo un proceso de independencia respecto al Imperio Turco. Varios factores contribuyen al auge de este nacionalismo: la resistencia de los griegos a la presencia turca, la acción de los patriotas griegos exiliados, el desarrollo de una burguesía de comercio y la autoridad religiosa del Patriarca de Constantinopla. 


LAS REVOLUCIONES DE 1830 


En estas fechas Francia se está incorporando a la revolución industrial, con el aumento de la productividad de sus campos y gracias a la adquisición de técnicas y maquinaria inglesa. 

Hacia 1830 ha surgido ya un sector industrial con una creciente importancia e influencia dentro de una economía que, a pesar de todo, es mayoritariamente agraria. Desde 1840 hasta 1865 se dan ya los síntomas de una verdadera revolución industrial. Se construye el ferrocarril y hay una demanda de productos de la industria pesada. De esta forma surge un capitalismo en el que es necesario la financiación bancaria y la organización comercial a gran escala. 

En Francia, desde 1815 hasta 1830 se vive bajo el régimen de la monarquía borbónica absolutista. Luis XVIII (1814-1824) que establece un sistema político basado en la Carta Otorgada que contiene algunos elementos liberales pero que mantiene los principios del poder autoritario. Con Carlos X (1824-1830) se suprimen libertades y el 26 de Julio de 1830 las “cuatro ordenanzas” cuyo contenido es antiliberal provocan la sublevación de la burguesía parisina. 

Carlos X abdica y cae la monarquía autoritaria, iniciándose el período de la monarquía burguesa y liberal de Luis Felipe de Orleáns. Con esta revolución se produce el desplazamiento de una clase dominante por otra: a la aristocracia terrateniente le sucede la gran burguesía. 

Junto con Francia, es en Bélgica, unida a Holanda en el Reino de los Países Bajos, donde también triunfa la revolución de 1830. La revolución tiene un carácter nacionalista. Guillermo I tenía bajo su poder poblaciones diferentes, por un lado estaba Bélgica, católica y con una economía de corte proteccionista, mientras que Holanda era protestante y librecambista. En este contexto los nacionalista belgas buscan su independencia. 

Entre las causas de la independencia tenemos elementos de carácter religioso, político y económico. La acción se inicio en 1830 en Bruselas bajo dirección burguesa y se logra formar un gobierno provisional y una Asamblea Constituyente que proclama la independencia del nuevo estado como una monarquía constitucional. Pese a las protestas de las potencias de la Santa Alianza, Francia e Inglaterra reconocen a Bélgica, y el 4 de junio de 1834 se elige a Leopoldo I de Sajonia-Coburgo. 

Con el mismo carácter liberal y nacionalista estallan otros movimientos en Europa. Italia conoce las insurrecciones de los Estados Centrales, como Parma y Módena, contra la autoridad del Papado, que son reprimidas por Austria. El nacionalismo se extiende por Italia preparando el camino del Risorgimento. 

En Polonia se produce un levantamiento contra Rusia entre 1830 y 1831, pero también es dominado por el ejército con una violenta represión. Por otra parte en Alemania se producen movimientos en los Estados centrales y las aspiraciones liberales y nacionalistas de algunos estados alemanes son canalizados por Prusia, a través de la Unión Aduanera, que va agrupando a los Estados de la Confederación y sirve de base al movimiento de unidad nacional. 


Polonia

Después de esta fase Europa ha quedado dividida en dos grupos: uno liberal formado por Gran Bretaña, España, Francia, Bélgica y Portugal, y otro autoritario formado por Austria, Rusia y Prusia. 


LAS REVOLUCIONES DE 1848. 


Los movimientos revolucionarios de 1848 son los de mayor importancia y sus causas se encuentran en la conjunción de una crisis económica y de un descontento político. Su carácter es también liberal y nacionalista, pero en Francia toma por primera vez un carácter social. Su amplitud y expansión por Europa es mayor que las precedentes. 

En Francia la revolución de 1848 liquidó la monarquía de Luis Felipe nacida de los acontecimientos de 1830, sustituyéndola por la II República, de carácter democrático, y que a su vez fue desplazada por el II Imperio Napoleónico, expresión del nacionalismo autoritario. 

En Francia tras la revolución de 1830, que había suprimido la monarquía absolutista que había sido restaurada durante la Restauración, se instaura la monarquía liberal burguesa de Luis Felipe que va a durar hasta 1848. En este año una crisis económica incita a los franceses a deshacerse de un régimen incapaz de asegurar el bienestar de todos. Esta situación provoca un aumento de los antagonismos sociales que generan una fuerte tensión entre la burguesía y las clases privilegiadas, pero también entre los movimientos obreros y una burguesía que ya es hegemónica económicamente. 

En este contexto se produce el final de la dinastía Orleáns. En 1830 la entronización de Luis Felipe es un éxito para la burguesía en el poder, comenzando un periodo de gobierno moderado en la política francesa. Pero los problemas comenzaron pronto. Así en la primera fase, entre 1831 y 1835, se producen revueltas obreras y un atentado contra el rey, junto con conspiraciones y tentativas bonapartistas que llevan a la inestabilidad gubernamental. A esto le unimos la corrupción creciente y los escándalos económicos y políticos que terminan enfrentando a los liberales con los distintos gobiernos. Los enfrentamientos llevan a la revolución de 1848. Sus causas profundas están en la coyuntura de crisis económica de 1846-1847, de origen agrícola y financiero, junto con la crisis social, por la agitación de las clases populares por el abandono del apoyo de la burguesía a un régimen que ya no le ofrece garantías. El movimiento burgués revolucionario, apoyándose en las revueltas callejeras del pueblo, va a formar un gobierno provisional que proclama la República el 25 de Febrero de 1848. 

Las revoluciones en Austria, Alemania e Italia. Los movimientos revolucionarios se extienden por todo el viejo continente y alcanzan una gran expansión por la Europa Central y Mediterránea. Es tal la magnitud de los movimientos liberales que al periodo se le denomina la Primavera de los Pueblos. Los movimientos son simultáneos debido a la convergencia de las fuerzas liberales, nacionales y sociales, y aunque la reacción conservadora y monárquica que se inicia a mediados del mismo año consigue detener la gran oleada revolucionaria, los principios que se persiguen van a perdurar en la memoria de todos los europeos. En cuanto a la situación socioeconómica, tenemos un aumento demográfico y de la industrialización, un ascenso de la burguesía y por otra parte del proletariado. A la Europa del Este, agrícola y aristocrática, fijada en el absolutismo, se opone la Europa Occidental, , burguesa y constitucional. 

En Italia los grupos liberales se alzan para acabar al mismo tiempo con al absolutismo y con el dominio austriaco, intentando iniciar la unificación italiana. En Turín, Carlos-Alberto promulga una constitución y se pone al frente de la lucha contra Austria pero es derrotado y abdica en Víctor Manuel II, que mantiene el régimen liberal y la constitución. Mazzini proclama la Repuública en Roma pero también es derrotado por las tropas francesas que ocupan Roma y restablecen al Papa. 

Episodio de las cinco jornadas de Milán, 18-22 de marzo de 1848.
Óleo de 
Baldassare Verazzi (c. 1886). En el Museo del Risorgimento, Milán

En Austria una insurrección liberal provoca la caída de Metternich y al mismo tiempo hay alzamientos en Hungría y Bohemia, que son dominados por el ejército. En Alemania las revoluciones tienen un doble carácter: son de tipo liberal en los Estados de la Confederación, estableciéndose regímenes constitucionales en algunos de ellos, y se manifiestan a nivel nacional con la reunión de un Parlamento Alemán en Francfort, aunque se impone la reacción prusiana en Berlín. 

Durante 1849 la reacción triunfa en Europa por lo que se truncan las esperanzas liberales y nacionalistas, aunque muchos de los elementos que se piden van a perdurar. El sufragio universal se mantiene en Francia, se lleva a cabo la abolición de los últimos vestigios del feudalismo y las Constituciones sobreviven en algunos estados. La huella del 48 será imparable en el futuro político de los países europeos.

Revolución de Marzo en Berlín


lunes, 14 de noviembre de 2016

BREVE HISTORIA DE LAS GUERRAS PÚNICAS. ROMA CONTRA CARTAGO.



A partir del s. III a.C. el mundo conocido entró en guerra. En esta obra el lector podrá ser partícipe de los enfrentamientos protagonizados entre romanos y cartagineses, pero también podrá empaparse de cultura grecolatina, de la esencia de lo que somos en el presente, y seremos en el futuro. En Breve historia de las guerras púnicas los autores ofrecen una visión general del contexto en el que se produce el estallido del conflicto, para de esta forma analizar las causas profundas de la guerra entre romanos y púnicos, y así mostrar a los lectores que dichas causas profundas no se diferencian en mucho a otros enfrentamientos bélicos contemporáneos como la segunda guerra mundial o algunos más próximos a nosotros.

En el libro se ofrece un especial protagonismo a la segunda guerra púnica y dentro de ésta a la península ibérica como centro geoestratégico de operaciones para ambas potencias hegemónicas, así como la importancia que esas operaciones y posterior colonización tuvo en la historia, cultura y sociedades autóctonas.

Dentro de esta segunda guerra púnica queremos pararnos, para distracción y entretenimiento de los lectores en unas grandes batallas, todavía hoy estudiadas en las academias militares, y por supuesto en las biografías y peculiaridades de los dos grandes generales en conflicto, Aníbal Barca y Publio Cornelio Escipión, así como en los ejércitos y ciudades en conflicto, Cartago y Roma. No desperdiciaremos la oportunidad de analizar pormenorizadamente los espacios hispanos más controvertidos como Cartago Nova o la importancia de Sagunto y el río Ebro como casus belli. Igualmente mostraremos cómo pudo Aníbal cruzar los Alpes con elefantes africanos, algo que ha levantado mucha controversia, pero que pocas veces se ha explicado convenientemente.

Sin embargo no todo fue guerra, uno de los capítulos más emocionantes es el titulado “El hombre es un lobo para el hombre”, dedicado a Plauto, el gran autor de la comedia romana que en plena segunda guerra púnica ofreció a la ciudadanía romana una novedosa forma de teatro del equívoco, cuya influencia se dejó sentir, mucho tiempo más tarde, en el teatro español del siglo de oro, en Shakespeare, pero también en la comedia de situación del Hollywood más clásico.

Para finalizar los autores dedican un capítulo a la determinante batalla de Zama, punto y final de la segunda guerra púnica pero que ya nos indica el camino hacia un nuevo orden mundial, algo que llegará con nuestro epílogo “Delenda est Carthago”, frase con la que el famoso Censor Catón el Viejo terminaba todos sus discursos en el Senado Romano.


domingo, 13 de noviembre de 2016

TOMAS MORO. UN HUMANISTA FRENTE A LA INTOLERANCIA



En los últimos años, la adopción de planteamientos políticos de tipo moderado ha sido visto con desdén, especialmente como consecuencia del innegable debilitamiento de las democracias occidentales y el auge de nuevos planteamientos políticos, situados en las antípodas de este mismo moderantismo, representados en un populismo creciente, que pretende convertirse en la única opción posible, frente a unas instituciones que no representan la voluntad y los intereses del pueblo.

Esta es la razón por la que muchos pretendemos volver la mirada hacia atrás, para encontrar un nuevo modelo que permita una cierta reconciliación social en un mundo cada vez más fragmentado. Uno de estos paradigmas lo tenemos en Tomás Moro, junto con Erasmo de Rotterdam, una de las figuras más destacadas del humanismo cristiano en la Europa renacentista. 

De él llama la atención, el reconocimiento que recibió de sectores tan enfrentados como el catolicismo, el liberalismo, el socialismo o el comunismo. Para los primeros, Moro destacó por su decidido apoyo y fidelidad a la unidad de la Iglesia Católica, razón por la que sufrió el martirio en 1535, cuando fue ejecutado, por orden de Enrique VIII, por oponerse al Acta de Supremacía y por su negación a aceptar el divorcio del rey inglés con Catalina de Aragón. Su aceptación de las tesis erasmistas también contribuyó a su elevación a los altares de la cristiandad, por hacer suyas las ideas del príncipe del humanismo nortealpino, el cual preconizaba una nueva religión más intimista y cercana a la cristianismo primitivo, basada en la imitación de Jesús para así hacer frente a la profunda crisis que atravesaba la Iglesia Católica a finales del siglo XV.

Moro fue también valorado por los historiadores liberales, por su afirmación de la supremacía del individualismo sobre el poder político, e incluso por los socialistas y comunistas, que vieron con buenos ojos el intento del inglés por establecer una sociedad ideal en su imaginario mundo de Utopía, en el que testimonia la influencia de su filosofía neoplatónica y el interés de los humanistas por mejorar la situación de la comunidad política, mediante los principios de la razón natural, estando en contra de los abusos de las clases privilegiadas y la codicia del nuevo catolicismo, y criticando la falta de visión cristiana en la toma de decisiones importantes.

El moderantismo de Moro fue repetidas veces puesto en entredicho, por su decidida apuesta a favor de la Iglesia durante la Reforma Protestante. Por este motivo fue difamado por autores marcadamente anticatólicos, como John Foxe, quien le acusó, injustamente, de torturar a los herejes durante su etapa como ministro de Justicia en el reino de Inglaterra. En su contra, autores como Peter Ackroyd le atribuyen una posición moderada y tolerante en su lucha contra el protestantismo, aunque el debate no se cerrará hasta que el académico alemán, Peter Berglar, demuestre que durante su etapa de gobierno entre 1509 y 1531 no se produjo ni una sola condena de muerte por herejía en la diócesis de Londres.

Encuentro de Moro con su hija después de ser condenado.

Como hemos visto, Tomás Moro fue acusado de alta traición por el pérfido y sádico rey inglés Enrique VIII. No fueron pocos los que protestaron contra tan injusta decisión, entre ellos el rey Carlos I de España, quién lo consideró el mejor pensador del momento. Su intento de parar la ejecución no tuvo ningún éxito, y finalmente fue decapitado un día de triste recuerdo: el 6 de julio de 1535. Poco segundos antes de ser decapitado, se dirigió a los presentes que esperaban en el Tower Hill y pronunció sus últimas palabras: I die being the King's good servant, but God's first (muero siendo el buen siervo del rey, pero primero de Dios). 



por Javier Martínez-Pinna