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miércoles, 9 de noviembre de 2016

BLAS DE LEZO. EL HEROE QUE DERROTÓ A INGLATERRA.



Después de la Guerra de Sucesión, Inglaterra trató de apoderarse de unas tierras que durante siglos habían pertenecido a la monarquía hispánica. Esta es la historia de Blas de Lezo, uno de los más brillantes y audaces militares españoles cuyo heroísmo puso contra las cuerdas al poderoso imperio inglés. Artículo publicado en Vive la Historia.

Por Javier Martínez Pinna y Diego Peña.

A principios del siglo XVIII, España se esforzaba por mantener su hegemonía en el Nuevo Mundo. El final de la Guerra de Sucesión había supuesto la liquidación del imperio europeo y por eso la monarquía borbónica centró su atención en los magros beneficios, que sus posesiones americanas podían ofrecer a una España que llevaba setenta años en claro declive. En este contexto, los ingleses no podían dejar pasar la oportunidad de fortalecer su poder a costa de una nación que se desangraba como consecuencia de sus evidentes contradicciones sociales y económicas, pero fue precisamente en este momento cuando apareció un hombre, cuya férrea voluntad e innegable patriotismo, permitió a España mantener su supremacía en América durante mucho tiempo.
                Blas de Lezo y Olavarrieta vino al mundo el día 3 de febrero de 1689 en el barrio donostiarra de Pasajes. De su infancia es poco lo que sabemos, aunque no tenemos dudas al afirmar que se educó en un colegio francés hasta el 1701, momento en el que se enrola en la Armada Francesa como guardamarina.
                En este mismo año se iniciaba en Europa la Guerra de Sucesión, como consecuencia del problema sucesorio al trono español después de la muerte del malhadado Carlos II. El nombramiento como rey español de Felipe de Anjou, apoyado por la monarquía francesa, fue contestado por el resto de potencias europeas, encabezadas por Inglaterra, temerosos de la fuerza que podían adquirir España y Francia, ambas gobernadas por la dinastía borbónica.
                Durante este conflicto, Blas de Lezo empezó a demostrar sus cualidades militares y una valentía casi temeraria que le permitieron ascender rápidamente y convertirse en uno de los marineros más valorados de la Armada Española. Su servicio en buques franceses se explica por el interés de los dos países aliados de intercambiar oficiales entre sus ejércitos para mejorar su formación, y así lo hizo Blas de Lezo cuando sirvió embarcado en el Foudroyant, buque insignia del conde de Toulouse, desde el mismo momento en el que se rompieron las hostilidades. Quiso la Historia que el joven oficial español tuviese su bautismo de fuego en la batalla naval de Vélez Málaga, la más importante de la Guerra de Sucesión, y que enfrentó a una flota anglo-holandesa dirigida por el almirante Rooke, con una franco-española al frente de la cual se encontraba el conde de Toulouse. A pesar del gran número de unidades desplegadas por ambos bandos, el resultado de este primer choque fue bastante impreciso, ya que entre otras cosas no se consiguió hundir ninguno de los grandes buques que durante horas intercambiaron un intenso fuego de artillería. De todas maneras, la peor parte parece que se la llevaron los ingleses, porque sus bajas ascendieron a las 2500 por las 1600 de los franceses y españoles, a lo que se tuvo que sumar la gran cantidad de heridos, entre los que se contaba al propio Blas de Lezo del que se dice que luchó de forma ejemplar hasta que una bala de cañón le alcanzó en la pierna, provocándole una graves lesiones que hicieron inevitable su amputación.
                Debido al valor demostrado en la batalla, reconocido entre otros por el conde de Toulouse, fue premiado con su ascenso a “Alférez de bajel de alto bordo” y lo más increíble de todo, con tan sólo quince años de edad. Su recuperación fue larga, pero Blas de Lezo siempre soñó con el momento de volver a embarcarse, y por eso no dudó en rechazar el cargo de asistente de cámara de la corte del rey español Felipe V. En 1705 se produjo su vuelta al mar, operando en diversos buques y participando en distintas campañas mediterráneas como en el auxilio de las ciudades de Palermo y Peñíscola, pero especialmente de Barcelona para el que se le asignó una pequeña flota para abastecer a las tropas borbónicas. Casi al mismo tiempo se le reconoce a Blas de Lezo un nuevo prodigio, el de la captura en 1707 y posterior incendio del buque inglés HMS Resolution, un barco de tercera clase y armado con setenta cañones, que fue derrotado por un barco francés, el Toulouze, de menor tonelaje, en el que nuestro protagonista servía como Alférez de Navío.
                En julio de ese mismo año, las tropas imperiales del príncipe Eugenio de Saboya iniciaron el asedio de Tolón, en el sur de Francia, apoyados por la flota inglesa del almirante Shovell, que durante días bombardearon la ciudad. Hasta allí se dirigió Blas de Lezo, para participar en la defensa del fuerte de Santa Catalina, con tan mala suerte que tras el impacto de una bala de cañón en uno de los muros de la fortificación, una esquirla le impactó en un ojo hasta provocarle unas heridas internas que fueron irreparables.
                Esta nueva demostración de valía le supuso el ascenso al grado de Teniente de Guardacostas en el año 1707. Con tan sólo 18 años Blas de Lezo había perdido una pierna, y también un ojo, pero nada parecía apartarlo de su sueño. Tras una breve convalecencia, el joven marinero vasco volvió a embarcarse en diversos barcos franceses y españoles, desde donde participó en la captura de nuevos buques ingleses, como el Content, pero especialmente del Stanhope, un gran navío de dos puentes y 70  cañones, con el que se habría enfrentado Lezo a bordo de una pequeña fragata en evidente desigualdad de condiciones. A pesar de que este hecho nunca ha sido aceptado por los autores ingleses, cuenta la historia que el oficial español evitó el combate de costado para no verse expuesto a la superior potencia artillera de los ingleses, prefiriendo abordar el barco por popa hasta conseguir su rendición.
                Dos años más tarde, encontramos a nuestro protagonista combatiendo en Barcelona contra las tropas imperiales del Archiduque Carlos, esta vez al mando del Campanella, un barco que se sumó al asedio de la ciudad en los momentos finales de la Guerra de Sucesión. El 11 de Septiembre de 1714 se produjo un episodio fundamental en la vida de este insigne militar, cuando no se sabe muy bien si en un nuevo enfrentamiento contra las defensas costeras de la ciudad, o contra un barco inglés, Blas de Lezo recibe un balazo de mosquete en su antebrazo derecho, dejando su extremidad  sin movilidad durante el resto de su vida.
                Ya nadie podía dudar de la osadía de este personaje cuya fama empezó a convertirse en legendaria entre los marineros que formaron parte de la tripulación de unos barcos españoles que, desde ese momento, empezaron a jugar su última partida para mantener la hegemonía en el mar de la vieja monarquía hispánica. Tuerto, cojo y manco, muchos empezaron a conocer a Lezo como medio hombre o patapalo, aunque a decir verdad no tenemos ninguna evidencia sobre la utilización de estos “motes” durante su vida.
                Ni aun en estas condiciones, se planteó la posibilidad de rechazar el nuevo ofrecimiento de su rey Felipe V, cuyo gobierno le pidió su traslado hasta el continente americano al mando del buque Lanfranco, como parte de una escuadra enviada a los mares del sur para luchar contra los piratas y corsarios franceses que operaban en las costas pacíficas del Perú. Allí pasó muchos años, combatiendo contra unos criminales que amenazaban con romper las comunicaciones en una ruta cuyo control era fundamental para hacer llegar los cargamentos de plata hasta Panamá. Pero en su biografía también hubo tiempo para el amor, porque en tierras del Virreinato del Perú conoció a doña Josefa Mónica Pacheco Bustios y Solís, una joven criolla con la que contrajo matrimonio y formó una nutrida familia.
                Con ella partió en 1730 de nuevo hacia España, un país que se esforzaba por recomponer su fuerza en el Mediterráneo. Pero para ello, era necesario dejar sentir su presencia en Italia, y hacer respetar los intereses de una España en claro retroceso en el ámbito internacional. Como jefe de una escuadra naval, Blas de Lezo navegó hasta Génova, una ciudad empeñada en humillar a la antigua potencia, al negarse a saldar una deuda contraída de dos millones de pesos. Al frente de seis buques de guerra españoles, el oficial se presentó en la zona portuaria para posteriormente exigir a sus autoridades el homenaje a la enseña nacional y amenazar a sus autoridades con el bombardeo de la urbe si no le entregaban en el acto los fondos adeudados. Ante tan contundentes razones, el Senado genovés no se lo pensó ni un solo instante, y por eso a los pocos días, la escuadra hispana puso rumbo hacia Alicante, con una enorme cantidad de dinero para sufragar la siguiente campaña de la monarquía española: recuperar el estratégico enclave de Orán, el cual cayó con la decidida participación de Lezo.
                Más lejos no se podía llegar. Su prestigio, al menos en esta ocasión, fue reconocido por el mismo Felipe V, tanto que le concedió el honor de utilizar la bandera morada con su escudo de armas, además del reconocimiento de su ingreso en la Orden del Espíritu Santo y la Orden del Toisón de Oro. Por si pudiese parecer poco, en 1734 fue ascendido a Teniente General y destinado a Cádiz, plaza desde donde saldría en 1737 hacia América para protagonizar una de las gestas más épicas en la historia de las armas españolas.
                En aquel momento, Inglaterra estaba empeñada en desplazar a España como fuerza dominante en el Cono Sur americano. Tampoco estaba dispuesta a renunciar a las fabulosas riquezas presentes en un espacio geográfico que codiciaba por encima de todo. El principal problema de la Pérfida Albión era que ambas naciones se encontraban en paz desde 1713, y no existía ningún pretexto que justificase el inicio de la guerra. Tal vez por eso, los ingleses decidieron hacer las cosas como ellos mejor sabían: a traición y por la espalda, potenciando una vez más la práctica de la piratería y del contrabando, con el consiguiente quebranto de los intereses comerciales españoles en América. A pesar de todo, el potencial de la flota española volvió a crecer gracias a la labor del ministro Patiño, lo que significó el aumento de la capturas de estos barcos pirata tanto en la zona caribe como en las costas del Pacífico.
                Fue uno de estos problemas de contrabando el que al final provocó el inicio de las hostilidades, cuando un navío español al mando del capitán Fardiño, logró apresar el mercante británico del capitán contrabandista Robert Jenkins, razón por la cual el gobierno inglés decidió declarar la guerra a España. Las primeras actuaciones inglesas no se dejaron esperar, lo que demuestra la preparación para el conflicto desde mucho tiempo antes de su inicio. En noviembre del 1739, el almirante sir Edward Vernon atacó la ciudad de Portobelo con la intención de interrumpir las comunicaciones del Virreinato de Nueva Granada con México. Indudablemente la localidad, escasamente defendida, cayó sin apenas resistencia, lo que animó al almirante inglés a iniciar los preparativos para asestar el gran golpe que a la postre supondría la conquista británica de todo el virreinato de Nueva Granada. No sin dificultades, Vernon reunió la que se ha venido a considerar una de las mayores flotas de todos los tiempos, al menos hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, formada por unos 130 buques y unos 30.000 hombres, entre los que destacaban los 9000 casacas rojas, más otros 4.000 soldados procedentes de las colonias norteamericanas y varios miles de jamaicanos que actuaban como auxiliares. Por si pudiese parecer poco, los ingleses se plantaron ante la costa de Cartagena de Indias con más de dos mil cañones, cuya intención era acallar los escasos anhelos de esperanza de unos españoles que sólo contaban con un cuerpo de ejército de 1.100 soldados veteranos de los regimientos de Aragón y España, más unos 400 reclutas y unos 600 milicianos de la ciudad. Frente a la imponente flota del rey Jorge III de Inglaterra, los defensores de Cartagena de Indias contaban sólo con seis barcos: el Galicia, el San Carlos, el San Felipe, el África, el Dragón y el Conquistador; una fuerza menor, pero dirigida por el que nos atrevemos a considerar como el mejor militar del siglo XVIII.
                Vernon llegó al mando de su flota el 13 de marzo de 1741 con ganas de terminar por la vía rápida con la resistencia de los españoles. Desde el primer día las fortalezas que defendían Cartagena de Indias fueron sometidas a un feroz fuego artillero hasta convertirlas en escombros. Bocachica, defendida estoicamente por Carlos Desnaux y 500 hombres logró resistir dieciséis días hasta que no tuvieron otra opción más que replegarse.
                Mientras tanto, los barcos españoles se batieron con decisión para evitar que la flota inglesa penetrase por la bahía, pero su esfuerzo fue en vano debido a la enorme superioridad numérica de los asaltantes. Ya todo era cuestión de tiempo, la victoria estaba al alcance de su mano, y por eso Vernon envió un correo a Londres anunciando su victoria, que fue tan bien acogida que las autoridades inglesas decidieron acuñar unas monedas conmemorativas en las que se veía a Blas de Lezo (con dos piernas) humillándose ante el almirante.
                A pesar de todo, esta partida aún no había acabado. La aguerrida infantería española diezmada por el incesante fuego enemigo se terminó retirando para tomar posiciones en el castillo de San Felipe de Barajas, en donde 600 hombres se vieron sometidos a un nuevo bombardeo como paso previo al asalto definitivo que, esta vez sí, tendría que haber dado la victoria a un ejército inglés cada vez más desmoralizado por la inexplicable resistencia de unos españoles que luchaban contra su propio destino.
                Vernon ordenó a sus hombres que se adentrasen sigilosamente en la selva para rodear la fortaleza de San Felipe, e inmediatamente atacar desde la retaguardia, forzando una pequeña entrada que Blas de Lezo se había preocupado por taponar con 300 hombres armados con armas blancas que, contra toda lógica, y emulando a los famosos 300 de las Termópilas, repelieron el ataque inglés causándoles unas 1.500 bajas. Fue en ese momento cuando el ánimo de los británicos se desplomó hasta rayar en la desesperación. La desconfianza se apoderó de todos los miembros del estado mayor inglés, pero al final Vernon pudo imponer su voluntad. Debían de intentarlo una vez más. La noche del 19 de Abril varios miles de soldados ingleses volvieron a avanzar por la selva, pero esta vez apoyados por un espectacular fuego de artillería y cargados con unas escalas para asaltar las murallas de San Felipe. Pero nuevamente, Blas de Lezo fue más listo que su contrincante, porque previendo este peligro había ordenado cavar un foso alrededor de la fortaleza, por lo que las escalas se quedaron irremediablemente cortas, dejando a los asaltantes expuestos a un fuego incesante por parte de los últimos defensores de Cartagena de Indias.
                Los ingleses habían llegado hasta el límite de sus posibilidades, pero por si existía alguna duda sobre la evidencia de que esta vez la victoria sería para los españoles, Lezo ordenó una carga a bayoneta que provocó la huida en desbandada de los británicos y su derrota en una guerra en la que sucumbió una buena parte de la oficialidad británica y de su temida flota.

                España, en cambio, logró mantener su supremacía en América  y recuperar su protagonismo en el  mundo, merced a la valentía y al patriotismo de un pequeño grupo de individuos que brillaron con luz propia en este siglo XVIII, repleto de españoles ilustres, del que Blas de Lezo fue uno de los más sobresalientes. 

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