Cuadro del siglo XVI en el Museo de Bellas Artes de Bilbao del marino español Juan Pablo Carrión |
El personaje del mes. Juan Pablo Carrión. Los primeros de Filipinas.
Diego Peña & Javier Martínez-Pinna
...En el año 1580 un pirata nipón
conocido como Tay Fusa trataba de
imponer su autoridad en la provincia de Cagayán (isla de Luzón), forzando a los
nativos a prestarle vasallaje. Los piratas ronin
buscaban el oro filipino, afamado en Japón, por lo que el archipiélago quedó sometido
a ataques e incursiones nipones durante todo el s. XVI y parte del s. XVII.
Tras las continuadas quejas del
gobernador general a Felipe II, en el que describía a los japoneses como “la gente más belicosa que hay por aquí”
el rey toma la decisión de encargar, en el año 1582, a Juan Pablo Carrión de
acabar con los samuráis de Cagayán. A partir de este momento asistimos a algo
más profundo que a un enfrentamiento armado. Será el choque, único en la
historia, entre las armas feudales japonesas y el acero toledano, entre las
modernas técnicas de navegación y combate imperial contra las rápidas naves
piratas de los mares del sur, y entre la superioridad numérica y la ferocidad individual
del guerrero nipón frente al orden de combate y la disciplina de un ejército
regular imperial.
Las fuerzas españolas contaban
con 40 soldados, una galera (seguramente de guerra provista con un cañón, dos
culebrinas a proa y una a popa, un cañón por lado y un arcabuz), cinco
embarcaciones pequeñas de apoyo y un navío ligero. Enfrente los japoneses
contaban con un junco (embarcación estable y de gran empuje que podía navegar
en aguas poco profundas), 18 champanes (embarcación propia de los pescadores
chinos y que navegaba en ríos y cerca de las costas) y más de 1.000 piratas ronin.
Ronin: guerrero samurai sin señor. |
La superioridad de las
embarcaciones españolas era más que evidente, y muy posiblemente fue
determinante para explicar el resultado de la batalla que estaba a punto de
iniciarse. El de Carrión obligó a retirarse a un buque pirata en el mar de
China, provocando la ira de Tay Fusa
que puso rumbo a Filipinas, obligando al capitán Carrión a una defensa rápida
reuniendo para ello a su reducido contingente. La galera española, la Capitana,
se preparó para el combate contra uno de los barcos japoneses disparando su
artillería y dejando el barco destrozado y lleno de muertos en cubierta, lo que
posibilitó un fácil abordaje, que se vio contundentemente frenado, dada la
superioridad numérica de los nipones. Carrión, con 69 años de edad, dirigía en
persona el ataque provisto de media armadura de acero. El orden de combate,
propio de los tercios de Flandes, situaba a los piqueros delante, arcabuceros
en segunda línea y mosqueteros detrás, formando un muro contra un feroz enemigo
que poco a poco les obligaba a retroceder. El capitán palentino consiguió hacer
una barrera con la briza de la verga mayor, sajándola de golpe con su acero, y
permitiendo el parapeto de arcabuceros y mosqueteros que desde allí pudieron
disparar haciendo estragos en las desprotegidas filas piratas. Los piqueros y
rodeleros aprovecharon las bajas enemigas para saltar sobre ellos de manera
salvaje mientras otra embarcación española, el San Yusepe, lanzaba ráfagas de
artillería que mantenía entretenidos a los artilleros nipones. La sorpresa y
las bajas obligaron a los piratas a una retirada, saltando y nadando hacia la
costa, pereciendo muchos de los ronin
por el peso de sus armaduras samurái. Tras esta decisiva batalla, Juan Pablo
Carrión continuó por el río Grande Cagayán donde se topó con 18 champanes, y
allí las culebrinas y arcabuces volvieron a hacer estragos. Posteriormente los
españoles desembarcaron para hacerse fuertes cerca de las huestes enemigas,
desde una trinchera en tierra siguieron hostigando a los piratas con cañones
que habían traído de los barcos. Tras un infructuoso intento nipón de negociar
una retirada honrosa, los japoneses decidieron atacar con 600 soldados a los
españoles atrincherados. Tres fueron las embestidas que los nipones hicieron
antes de penetrar definitivamente en las defensas donde 30 soldados
españoles, agotados y sin pólvora, plantaron cara al resto del contingente
pirata, acuchillándolos sin piedad hasta provocar su estampida final, sólo se
salvaron los samuráis que pudieron correr más rápido...
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