Poco después de la derrota de la Armada Invencible, los ingleses prepararon su poderosa Contraarmada, a cuyo frente se puso el sanguinario sir Francis Drake. Sus intenciones eran claras: se debía de terminar de una vez por todas con el peligro que suponía la aún poderosa flota española.
Diego Peña & Javier Martínez-Pinna
... No había tiempo que perder, cada minuto contaba para organizar las exiguas defensas de una ciudad dispuesta a afrontar la lucha contra una fuerza claramente superior. En estas circunstancias, resultaba fundamental evitar la entrada de los buques ingleses en la zona portuaria y por eso se ordenó a dos galeras y al galeón San Juan que tomasen posiciones y se mantuviesen alertas. Mientras tanto, la compañía de Don Jerónimo de Monroy, con el apoyo de un reducido grupo de vecinos coruñeses, se dirigió hasta el fuerte para armar sus cañones y responder con toda su fuerza el más que previsible intento de los ingleses de tomar el puerto y la estratégica zona de la Pescadería.
La decisión no pudo ser más acertada, porque inmediatamente los ingleses rompieron las hostilidades, iniciando su ataque con la intención de superar esta primera línea defensiva, pero su tentativa fue abortada merced al empeño de unos españoles que pusieron en funcionamiento toda su artillería, obligando a los navíos ingleses a recular para no verse envueltos en un fuego cruzado procedente del fuerte y de los barcos hispanos, especialmente del San Juan. Esto obligó a los ingleses a desembarcar a sus hombres en la playa de Santa María de Oza, junto con buena parte de su artillería.
La ciudad apenas contaba con efectivos militares intramuros, unos 1.500, por lo que la población civil tuvo que formar milicias de defensa, al tiempo que se apremiaba a la compañía de Betanzos a desplazarse hasta La Coruña a través del camino de Bergantiños. La situación se fue tornando en desesperada porque por primera vez los defensores fueron conscientes del peligro al que se enfrentaban. El galeón español se dispuso a jugar una partida cuyo resultado estaba escrito de antemano, pero aún así no cejó en su empeño y se empleó a fondo para tratar de frenar, aunque sólo fuese por unas horas, el imparable avance inglés desde la playa. Al mismo tiempo, el capitán Troncoso se puso al frente de unos 150 arcabuceros, los cuales mostrando una valentía casi temeraria, hicieron una nueva salida para entorpecer las maniobras de los ingleses, pero su aplastante superioridad numérica terminó por hacerles retroceder hasta el alto de Santa Lucía, en donde se batieron a sangre y fuego, antes de verse obligados a buscar refugio entre los muros de la ciudad.
Esta primera noche de asedio fue intranquila, pero al menos los coruñeses recibieron una buena noticia, la de la anhelada llegada desde Betanzos de dos compañías con armas y víveres. Pero la alegría duró poco, porque cuando empezó a despuntar el alba, el general británico Norris ordenó el asalto a la débil muralla de la Pescadería, empleando casi todos sus efectivos, mientras que sus muy superiores fuerzas artilleras se cebaban sobre las galeras españolas que, totalmente copadas, no tuvieron más remedio que abandonar cualquier esperanza de resistencia. Animados por este primer éxito, los ingleses prosiguieron con su ataque, centrando su atención sobre el San Juan y nuevo galeón que había logrado penetrar en el puerto para apoyar su defensa, el San Bartolomé, al tiempo que decenas de barcos ingleses se empleaban a fondo para silenciar la resistencia del fuerte. En el punto álgido de la batalla, miles de soldados ingleses iniciaron el asalto a la muralla de la Pescadería, contestada con gran valentía por unos españoles que perdieron 70 soldados y unos 200 vecinos, y cuyo sacrificio no fue suficiente para evitar la retirada de los defensores de la ciudad hacia posiciones más seguras.
La vehemencia del empuje británico hizo que se alcanzase el momento crítico en esta lucha a muerte por la supervivencia de la ciudad española. Años después, el capitán Juan Varela llegó a afirmar que si los ingleses hubiesen intentado penetrar en la Ciudad Vieja, lo habrían conseguido sin dificultad, entre otras cosas porque la mayor parte de los soldados españoles se encontraban defendiendo el arrabal, estando las puertas de la ciudad prácticamente desguarnecidas. Afortunadamente, cuatro arcabuceros españoles fueron conscientes del peligro y por eso marcharon hacia la puerta principal, abriendo fuego inmediato sobre los primeros ingleses que se acercaron a ellos, haciéndoles creer que esta posición estaba fuertemente guarnecida.
Esta actitud también pudo verse influida porque los ingleses aprovecharon la retirada española para iniciar un concienzudo saqueo de la zona de la Pescadería, desatando el terror entre los pocos que se habían quedado rezagados, al ver con sus propios ojos como los endemoniados anglos saqueaban a placer, destrozaban las cosechas y se hacían con todas las vituallas presentes en las bodegas que encontraron en su camino. Afortunadamente, los ingleses dieron rienda suelta a su pasión por el vino al dar buena cuenta de todo el alcohol que encontraron en la zona. Hemos de suponer la terrible cogorza que sufrieron más de uno para celebrar anticipadamente la gran victoria que el destino les tenía reservado, pero esto fue aprovechado por los españoles para asesinar a muchos ingleses cuando aún estaban bajo los efectos del vino.
A pesar de todo, la pérdida de esta parte de la ciudad se daba por segura, por lo que la supervivencia del San Juan se consideró inasumible, ordenando a su tripulación abandonar la nave, no sin antes preparar una nueva sorpresa para los asaltantes, al situar unos barriles de pólvora en el buque que hicieron estallar cuando los ingleses subieron en él, provocando la muerte de 15 de ellos.
Llegados a este punto el oficial al mando, John Norris, se vio confiado de tomar la parte alta de la ciudad, donde tras sus murallas esperaba un contingente defensivo formado por lo que quedaba de la pobre guarnición de la ciudad, y por las milicias civiles, muchas de ellas mujeres y niños dispuestos a entregar antes sus vidas que la ciudad. Es aquí donde nos adentramos en aguas turbulentas, entre lo que nos cuenta la historia y lo que nos dice la leyenda. No sabemos si es del todo cierto lo que se nos cuenta de María Pita, pero lo que sí sabemos es que los ciudadanos coruñeses se enfrentaron a una tropa profesional a cara de perro, superior en número y cuyo pronóstico más acertado era que acabarían invadidos y sometidos. Esto nos hace sospechar que si no fue María Pita el detonante de la furia popular sería otro del igual calado, o varios, o incluso toda una ciudad que no quería verse sin sus posesiones y con sus mujeres e hijas sometidas por una tropa sedienta de saqueo.
Después de una semana de feroz resistencia, el 14 de mayo una explosión abrió una brecha en la muralla defendida por los coruñeses en la ciudad alta, allí un oficial inglés arengaba a las tropas y se disponía a clavar la pica con la bandera inglesa en lo alto de la fortificación. En ese momento la escena se congela para observar a un matrimonio, regentes de una de las carnicerías de la ciudad, frente al muro derrumbado, él yacente, inerte, sin vida en el suelo, y su mujer arrodillada junto al cadáver de su marido. María se puso en pie mirando al inglés que intentaba alzar la bandera, para después coger una espada del suelo, y al grito de “quién tenga honra, que me siga” atravesar de parte a parte al oficial británico, dándole muerte y robándole la enseña. Este acto heroico soliviantó la defensa de la ciudad y sumió en el desasosiego y la desesperación a las fuerzas de invasión. Además, en su precipitación los hombres de Drake cometieron un error que al final les salió muy caro, porque un gran número de atacantes se abalanzó sobre la muralla justo en el momento en el que estallaba una mina, haciendo que los cascotes hiriesen de muerte a varias decenas. Fue entonces cuando empezaron a proliferar las bajas inglesas que estaban en retroceso del terreno ganado, comenzando las huidas y deserciones, provocando que el mismísimo Francis Drake ordenase la retirada. La situación no la dejaron escapar las escasas compañías de infantería españolas que seguían combatiendo en el interior de La Coruña, porque sin pensárselo dos veces volvieron a cargar contra las fuerzas agresoras, que ahora sí, se encontraban en total desbandada...
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