Huelga en Gran Bretaña, principios s. XX |
"El 4 de agosto de 1914 el partido socialdemócrata alemán (SPD), el
mayor partido socialista de Europa, votó unánimente los créditos de
guerra en el Reichstag (el parlamento alemán), aunque Karl Liebeknecht y
otros 13 diputados socialdemócratas se opusieron. El SPD otorgó así su
apoyo a una guerra imperialista en la que iban a morir diez millones de
personas. Aquella decisión resquebrajó a la izquierda europea; tal y
como dijo el revolucionario Nikolai Bujarin, fue "la mayor tragedia de
nuestra vida". Trotski recordaba: "la capitulación de la
socialdemocracia alemana me trastornó aún más que la declaración de
guerra". Lenin pensó al principio que el periódico en el que venía la
noticia estaba falsificado.
El movimiento obrero alemán quedó
petrificado. Una joven activista del SPD, Toni Sender, decía: "Todo
parecía derrumbarse". Se encontraba en un tren de mercancías lleno de
soldados que se encaminaban al frente. La mayoría de ellos eran hombres
casados, con el rostro sombrío y muy poco entusiasmo por lo que estaba
por llegar. Pocos días antes, el 28 de julio, se habían manifestado en
Berlín más de 100.000 personas contra la guerra. En toda Alemania se
habían producido durante los cuatro últimos días de paz más de 288
manifestaciones en las que habían participado más de 750.000 personas.
Aquel movimiento de masas se había ido construyendo desde 1911, teniendo
al SPD a la cabeza. El 4 de agosto el voto de los parlamentarios del
partido desnucó aquel movimiento y entregó a la clase obrera alemana en
manos de la casta de oficiales Junker y su máquina de guerra.
Durante
la tarde del 4 de agosto un puñado de revolucionarios se reunieron en
el piso de Rosa Luxemburg en Berlín. Redactaron una declaración
antiimperialista e invitaron a otros 300 dirigentes socialistas a
firmarla. Clara Zetkin fue la única que envió inmediatamente su apoyo.
Los socialistas alemanes antibelicistas se habían convertido de repente
en una diminuta minoría.
El modelo alemán se repitió en toda
Europa: los partidos socialistas abandonaron el internacionalismo para
apoyar a sus propios gobiernos burgueses en una guerra mundial
imperialista. La Segunda Internacional (federación mundial de partidos
socialistas) se hundió en la vergüenza. En lugar de mantener el
internacionalismo implícito en la solidaridad proletaria, se desintegró
tan pronto como comenzaron a batir los tambores de guerra del chovinismo
nacional.
En 1914 había en Europa dos posibilidades: revolución
socialista o guerra imperialista. Si los dirigentes del socialismo
europeo, a la cabeza de decenas de millones de obreros organizados y
disciplinados, hubieran optado por la primera, puede que la carnicería
de la Primera Guerra Mundial nunca se hubiera producido."
Texto de Neil Faulkner, de su libro "De los neandertales a los neoliberales", Ed. Pasado & Presente.
Esta
ilustrativa fotografía textual de la situación del socialismo europeo
en vísperas de la Primera Guerra Mundial puede darnos pie a pensar si la
llamada izquierda moderada lo es por vocación o porque en realidad
tiene un problema de quintacolumnismo histórico.
Rosa Luxemburg |
La revolución industrial había introducido con éxito la maquinaria en
las labores agrícolas y desviado la mano de obra campesina hacia la
insalubridad fabril de las grandes ciudades. La aglomeración de mano de
obra barata dispuesta a hacer lo que sea tiene su imagen fetiche en
obreros disputándose a los pies de una camioneta un día de trabajo por
un poco de dinero que apenas daba para alimentar a la familia, imagen
que desgraciadamente hemos tenido que ver otra vez un siglo después.
Durante la conocida como Gran Guerra murieron millones de jóvenes, que
de no haberse visto inmersos en batallas como la del Somme, donde
cayeron más de un millón, quizá hubieran provocado un giro de las
políticas liberales de la revolución industrial hacia mejores
condiciones de vida o quizá hubieran acabado con el capitalismo en toda
Europa. La Gran Guerra le vino muy bien a quiénes no tenían que caer
destripados entre trinchera y trinchera y no tan bien a quiénes morían
ahí o morían destrozados por horas de trabajo en las infames factorías
del horror. Hoy en día la inversión, en su mayoría pública, en I+D+i,
nos ha traído un mundo altamente tecnificado, robotizado e
informatizado, pero se nos plantea el mismo problema que hace un siglo,
¿qué haremos con los trabajadores que sobran?
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