Francisco
Quevedo y Villegas es uno de los autores más populares de nuestro
Siglo de Oro, en parte porque su poesía expresó unas preocupaciones
y unas vivencias que con el paso del tiempo se demostraron
universales. Aun así, y a pesar de la excelente calidad de su obra
poética, su figura en el imaginario colectivo es la de un consumado
espadachín, hábil en el uso de la pluma y el acero, un hombre
comprometido con los problemas sociales de la época en la que le
tocó vivir, marcada por la galopante crisis política que sirvió de
prólogo a un nuevo capítulo de nuestra historia.
En
sus escritos siempre manifestó una obsesión por la defensa de la
patria, al mostrarse convencido de la necesidad e inevitabilidad de
la hegemonía de España en el mundo, algo que en pleno declive de la monarquía tuvo que hacerle mucho daño. También se integró en la
tradición del laus Hispaniae, instaurada por San Isidoro y
utilizada por el propio Quevedo para tratar de recuperar los valores
que él pensaba hicieron poderosa a la nación. Su sincera defensa de la patria y la denuncia de todos los males que aquejaban a la monarquía fueron utilizadas por sus enemigos para acusarle y difamarle, lo que provocó que diera con sus huesos en una mazmorra. Su estancia en prisión le terminó inspirando para componer un poema dedicado a un hombre con el que se sentía plenamente identificado, por haber luchado por la supervivencia de una patria que, al final de su vida, le terminó dando la espalda.
Faltar pudo a Scipión Roma opulenta;
mas a Roma Scipión faltar no pudo;
sea blasón de su invidia, que mi escudo,
que del mundo triunfó, cede a su afrenta.
mas a Roma Scipión faltar no pudo;
sea blasón de su invidia, que mi escudo,
que del mundo triunfó, cede a su afrenta.
Si el mérito africano la amedrenta,
de hazañas y laureles me desnudo;
muera en destierro en este baño rudo,
y Roma de mi ultraje esté contenta.
de hazañas y laureles me desnudo;
muera en destierro en este baño rudo,
y Roma de mi ultraje esté contenta.
Que no escarmiente alguno en mí,
quisiera,
viendo la ofensa que me da por pago,
porque no falte quien servirla quiera.
viendo la ofensa que me da por pago,
porque no falte quien servirla quiera.
Nadie llore mi ruina ni mi estrago,
pues será a mi ceniza, cuando muera,
epitafio Anibal, urna Cartago
pues será a mi ceniza, cuando muera,
epitafio Anibal, urna Cartago
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